El Vigilante - Tercera Parte #Final

in #castellano7 years ago (edited)

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Hola! Este el final de mi primer cuento de suspenso, si quieres leer toda la historia aquí está la primera parte y segunda parte. Espero la disfrutes.


Al abrir los ojos, Marco vio como caía el loco John. Los disparos habían impactado en el costado del gigante y este cayó en el acto. Marcos observó a tres hombres encapuchados que se le acercaban, estaban vestidos de negro y armados. El primero, mientras lo apuntaba, empezó a darle ordenes.

—Ningún movimiento estúpido. Levanta en donde yo las vea. —Le dijo para luego patear la pistola que estaba en el suelo.

Marco hizo lo que le le indicaban. Levantó las manos y la herida le ardió incluso más. Ese sujeto fue el que había matado de cuatro disparos certeros a John, sus guantes eran plateados.

—Tenemos que hacer esto rápido. —Le dijo el más alto a los otros —Hemos perdido demasiado tiempo. Movámonos.

—Ve adelante, chico, al mínimo movimiento te dispararé en la pierna. Muévete hacia las escaleras mecánicas. —Le ordenó a Marco el de guantes plateados.

Marco avanzó sin replicar. No sabía que querían, pero lo habían salvado en cierto modo. Se sintió aliviado y por eso respiró profundo. En lo único que podía pensar es en que lo volvería a ver. Su pequeño hermano le esperaba en casa y podría verlo una vez más y sí, podría salvarlo.



El tipo de guantes plateados apuntaba a Marco y lo seguía de cerca. Los otros dos hablaban entre sí. El alto hablaba con el otro sujeto de capucha negra.

Puma, informa a Lobo que ya tenemos a la llave. Los dos perros guardianes fueron tranquilizados y que el regalo fue recogido como se nos ordenó. —Le indicó el alto.

—Enseguida, Hiena. —Contestó el otro, al siguiente instante hizo lo que le ordenaron.

Se acercó a la ventana y allí estaba un solo automóvil estacionado en frente del AltaVista. Puma sacó un comunicador y le informó de todo lo sucedido. Marco no entendía el lenguaje utilizado pero comprendía que reportaban la situación actual.

—Vamos al último piso. —Avisó Hiena por un radio.

Todo empezaba a encajar. Ese era el piso del Banco y Marco era la llave.



Subieron hasta el último piso. En el camino Marco pensó en su hermano. El pequeño Simón necesitaba cuanto antes ese tratamiento, pero la quimioterapia era costosa. Su familia no tenía dinero, papá nunca estuvo y mamá no puede con todo. Así que Marco tuvo que tomar las riendas de la situación, ya que el tenía que intentar salvar al pequeño Simón.

Recordó una vez más aquel día. Simón no se paró de la cama en toda la mañana, realmente se encontraba muy débil. El niño le pidió desde el corazón que no se preocupara por él: «No me queda mucho, Marco. Cuida a mamá.» Marco lloró a solas porque mamá trabajaba fuertemente hasta que se ocultara el sol, y aunque ganara una miseria pagó para el diagnostico de Simón. En la sala del comedor, Marco vio el precio del tratamiento que justo ese día le había llegado de la Clínica. Eran demasiados ceros para él y muchos más para mamá, pero los conseguiría de cualquier forma. Trabajando duro., porque él no quería regalos. Siempre fue él, con su trabajo, con su esfuerzo por su familia. Esto lo resolvería de cualquier forma.

El sujeto que llamaban Puma lo empujó. «Apresúrate» rugió. Entre los tres sujetos llevaban seis bolsos grandes. Puma tenía una pistola, Hiena tenía una escopeta corta y el tercer sujeto llevaba algo que parecía una ametralladora pequeña.

Llegaron al piso del Banco. «Abre.» Le ordenaron. Marco abrió la puerta con la llave que tenía y entraron.

Ver nuevamente luz era gratificante, así que pudo verse la mano. A pesar de que se había vendado la mano, la sangre goteaba y dejaba un rastro. La venda estaba empapada.

— ¿Qué hay en la bóveda del Banco? —Le preguntó Hiena a Marco.

—Dinero, el flujo de caja. Es lo que sé. No manejo nada relacionado con eso. —Marco supuso y comentó con la verdad, ya que nunca había tenido contacto con la bóveda. Evidentemente era fuertemente custodiada.

—Bien, dinos donde está. Rápido.

Marco condujo a los sujetos a través del Banco, pasando por un pasillo un poco largo. En la última puerta, se podía acceder al cuarto donde estaba la gigante bóveda del banco. La puerta estaba cerrada y solamente con una tarjeta especial podía accederse al sistema para abrirla.

—Abre la puerta con tu tarjeta. —Ordenó Hiena.

—Mi tarjeta solo abre el Archivo. —Replicó Marco.

—Cállate y hazlo. —Ordenó nuevamente Hiena, esta vez apuntándolo en la cabeza con su escopeta corta.

Así fue. Marco hizo lo que le ordenaron. Asustado, respiró profundo y sacó de su cartera la tarjeta de acceso. La acerco al lector. El botón verde encendió y la puerta abrió. Marco no podía creerlo.



Los sujetos entraron al salón de la bóveda. Se establecieron y comenzaron la operación.

León, coloca el regalo en su respectiva posición. —dijo Hiena.

—Entendido, Hiena. —Contestó León sacando de uno de los bolsos un artefacto cuadrado.

Era imantado y el artefacto se atrajo al instante hacia metal. Colocó un artefacto en cada una de las bisagras de la bóveda. Seis objetos en total.

—Muchachos, es mejor que esperemos afuera. —Indicó León.

Salieron todos hacia el pasillo y cerraron la puerta. León sacó un interruptor de uno de los pequeños bolsillos de su pantalón y presionó el botón. La explosión no fue tan grande. Incluso, la puerta de la bóveda al caer e impactar contra el suelo fue más ruidosa.

Regresaron a la habitación y se pudo ver con el contenido. Demasiadas gavetas se mostraban entre el humo. Cada espacio tenía un número, y parecía un cuarto completo repleto de cajones con números. Marco pensó que habían al menos unos 400 números en ese espacio.



—Busquen la casilla 333. Ahí deben estar. —Avisó Hiena.

Los hombres buscaron en el escaparate número 333, estaba casi al final. Al abrirlo sonrieron con lo que vieron y sacaron la pequeña caja de metal que estaba adentro. La colocaron en el suelo y la abrieron en búsqueda de su contenido, esperando que estuviese allí lo que habían venido a buscar.

Sí que estaban los diamantes y la caja estaba llena de diamantes. Cada uno de esos diamantes, que tenían el tamaño de caramelos, estaba valorado en miles de dólares. Marco no podía crear que algo así estuviese en la bóveda del banco.

—Lo conseguimos. —Exclamó Puma, radiando alegría.

—Marín estará contento. —Dijo sonriendo León.

Lo siguiente fue un golpe directo a la cara por parte de Hiena. El tipo llamado León, se llevó las manos al rostro luego del impacto. Realmente el tipo le pegó con todas sus fuerzas.

— ¡Menos muertos de los que necesitamos, idiota! ¿No te lo había dicho ya? El jefe dijo que no le hiciéramos nada a la llave. Ahora tenemos que matarlo, porque un imbécil habló de más. —Gritaba Hiena.

Marco dio un paso hacia atrás. ¿Ernesto Marín había planeado todo aquello? No entendía absolutamente nada. Empezó a darle vueltas a su cabeza. Siempre había sido poco brillante, pero esa noche a Marco se le ocurrió por donde había empezado todo esto: las normas. Entonces, tenía sentido.

—Arrodíllalo. —Exclamó Hiena y al instante el otro sujeto le obligó a caer de rodillas.

Las nuevas normas del Centro Comercial. No tenían como objeto evitar el consumo de luz. El objeto era robar esto que estaba aquí. Quizás el mismo Marín junto con la directiva, planearon todo esto. La suspensión de las alarmas, evitar que el Centro Comercial tuviese público de noche cerrando locales, el bajón de la electricidad, contratar a Marco y colocarlo justo en ese puesto que requería trabajo extra, hacerlo quedarse de noche.

Todo estaba planeado. El frío de la boquilla del arma tocó la piel de Marco. Apuntó directamente a su frente y uno de los maleantes prometió que Sería rápido. “¿Por qué robar algo que tú mismo custodias? ¿Quizás por venganza? ¿Quizás quería hacerlo parecer un robo?” Pensó Marco.

No entendía nada. «Lo siento» dijo Hiena sosteniendo el arma y los otros dos lo miraban con lástima.

Justo en ese momento Marco recordó otra cosa, la última regla de Ernesto Marín: Contratar vigilantes con discapacidades.



Ni siquiera se percataron cuando la cabeza de Hiena se desprendió del resto de su cuerpo. Fue silencioso y mortal el golpe del hacha que surcó la habitación. De carmesí volvió a pintar la noche. Marco levantó el rostro y vio como John le hincó a Puma el filo de la enorme arma en la cintura. Casi dividió su cuerpo a la mitad con ese segundo golpe mortal.
León estaba paralizado y no hacía nada, el arma que tenía entre las manos temblaba. John terminó con Puma. El brutal golpe en el costado fue fulminante. León pudo haber disparado, a pesar del temblor, estaba cerca. El ladrón podía darle, pero no hizo nada. Tan solo tenía miedo y en su mente pensaba que ese gigante solo había muerto, que «¿Cómo regresaste del infierno?», susurró.

Recibió, con el espanto dibujado en su rostro, el golpe fulminante del hacha en la frente. El cráneo se separó.

Marco vio al enorme monstruo con el hacha en la mano. La sangre bailaba por toda la habitación y el hacha estaba sedienta aún. Sabía que él era el siguiente, pero para su asombro John dejó caer el hacha y se llevó la mano hacia las heridas del costado. Se quejó con un gruñido.

— ¿Está bien, señor Marco? —Preguntó John.

—Sí… ¿John? —Asombrado respondió Marco.

Marco sabía que John había sido contratado en el último lote de recursos humanos. Tenía esquizofrenia y solía tener ataques si no se medicaba.

—Desperté, señor Marco. No recuerdo que pasó. Tan solo desperté y vi que se lo llevaban. Los seguí y vi la sangre en el suelo cuando llegue al Banco, seguí las gotas, Llegué a la puerta y me asomé, vi que estaban a punto de matarlo… yo… Falla mi memoria, no me siento muy bien. Lamento haber hecho esto, iban a matarlo, señor Marco. —Le dijo abriendo los ojos— Lo último que recuerdo es ver muerto a Eric… ¡Oh, Dios!

John rompió en llanto. Evidentemente el grupo de ladrones había matado a Eric, el otro vigilante.

— ¿Consumiste droga, John? —Preguntó Marco y el vigilante se sorprendió.

—Quise dejarlo, señor Marco. Quise hacerlo. No se moleste conmigo, no dejo de tomar mis pastillas, siempre lo hago. Ya sabe, para las voces... Es que no quiero más voces. No quiero más voces, señor Marco. —lloró el loco de nuevo.

Alguna combinación entre las pastillas que había tomado para la esquizofrenia, la droga que consumió y el impacto de ver a Eric muerto, le hizo tornarse violento y ver alucinar. Todo este tiempo, John pensó que Marco había matado a Eric. Quizás ese joven enfermo era una víctima más de toda esa terrible noche.

Marco decidió levantarse. Estaba más tranquilo. Todo había pasado. Rompió la manga de su camisa. No quería gotear más sangre. Se amarró incluso más la mano y el pedazo de tela sobrante lo mantuvo en el bolsillo. Se acercó al cadáver de Hiena. Vio que tenía enfundado un cuchillo, ceñido a la cintura. Cuando lo sacó se dio cuenta que estaba sucio de sangre. Fue ese hombre el que había matado a Eric.

Toda la culpa estaba en Enrique Marín. Marco lo maldijo, pero entendía que solo había algo por hacer. Se levantó de nuevo. *«Llamaremos a la policía, John. Yo te ayudaré y todo se arreglará. Te agradezco muchísimo por salvarme.» Dijo Marco. «Siéntate allí. Espera justo en ese sitio. Descansa.» Siguió diciendo Marco.

Le señaló un lugar exacto. John, siempre obediente, se sentó justo donde la dijeron. Se notaba que le dolía el costado. Quizás alguna bala había perforado un órgano. Si había resistido, era probable salvarlo. Marco tenía que llamar rápido a una ambulancia.

Se acercó al cuerpo de Puma. Aún tenía el arma en la mano. Marco se agachó, tomó el arma y desde el punto donde estaba el cadáver de Puma apuntó a John en la cabeza. Disparó. El enloquecido siempre obediente aceptó lo que tenía que venir y no se movió.

La bala atravesó el cráneo del vigilante. Marco fue certero y no tembló el pulso. La mancha que dejó en la pared fue asquerosa. Marco limpió sus huellas del arma y la colocó de nuevo en la mano de Puma. Era el punto exacto donde encajaría todo. Desde allí pudo haberle disparado el delincuente antes de morir.

Marco salió de la habitación, pero volvería. Salió del Banco y su paso fue lento pero seguro, nada lo detendría ahora. Logró llegar de nuevo a la habitación de vigilancia. El cadáver de Eric seguía allí, sentado. Vio el panel de electricidad y el panel de conexiones telefónicas.

Encendió todo y AltaVista brilló a mitad de la noche. Todos los pisos activaron sus luces. Las cámaras volvieron a encender. Los televisores dieron imagen. El teléfono funcionó.

—Sí, emergencias. ¿En qué podemos ayudarlo? —Indicó una voz al otro lado del Teléfono.

— ¡El vigilante! ¡Se ha vuelto loco! ¡Los mató a todos!… ¡Traigan ayuda!

— ¿Dónde se encuentra, señor? ¿Cómo se llama?

—Centro Comercial AltaVista. Todos están muertos. —se escuchaba una respiración entrecortada y una voz agitada—
Solo quedo yo, porque el vigilante los mató a todos. Por favor, ¡ayúdenme! Mi nombre es Marco.

—Mandaremos la patrulla más cercana rápido. Manténgase protegido…

Marco colgó luego de esto. Dejó de fingir su tono de preocupación y subió otra vez al Banco, esta vez a un paso más acelerado. Volvió a entrar en la habitación con los cuatro cadáveres. Era una escena horrible. Las cámaras del Banco no funcionaban. Alguien las había desconectado independientemente del sistema de vigilancia del Centro Comercial.

Le pareció evidente a Marco. Sabía que algo así tendría que estar pasando y tal vez le costaba comprender las cosas, pero al final podía ser tan listo como Ernesto Marín. El bastardo de Ernesto Marín. No habría venganza, porque no podría ejecutarla sin consecuencias, así que Marco prefirió que el impacto no fuera directo.

Se acercó a la caja de Diamantes que estaba en el suelo. La abrió y tomó tan solo uno de las decenas que estaban allí. Lo miró. Brillaba como la luna. Brillaba como el futuro. Cerró la caja y la limpió para no dejar huellas algunas.

La historia sería la misma. No le cambiaría ni una parte. «No toqué nada de adentro de la bóveda» diría. «No maté a nadie» diría al borde del llanto a los policías. Eso sería lo único falso.



El diamante lo tenía en la mano. Se acercó a la habitación del Archivo. Entró y fue escaparate que nadie tocaba: el B2-2. El gracioso archivo que nadie tocaba. Allí, entre los papeles, echó el diamante. Creía que esa pequeña piedra podía valer unos doscientos mil dólares. En sus planes estaba iniciar una nueva vida, se iría de allí y nadie lo volvería a ver.

Salió a la sala principal y vio el reloj de nuevo. Marcaba en los enormes números rojos las tres y media de la mañana. Justo el final de la noche. Iba a amanecer en pocas horas. Al salir del banco abrió la puerta con la mano sangrante, y la mano con cada movimiento, le ardía. Tenía que curarse pronto con una cuantos puntos.

Se acercó al mirador de ese piso. Todo el AltaVista brillaba. Vio la calle y tres patrullas estaban llegando. El carro donde debía estar el último de los delincuentes había desaparecido. Lo habían llamado Lobo, igual él ya no importaba.

*«Doscientos mil dólares es muchísimo dinero» Pensó Marco. Podía irse de ese país y pagar el tratamiento de su hermano en las mejores clínicas. Comenzar una vida nueva, ya que era el suficiente dinero para crear un negocio.

Pensó que quizás abriría un Centro Comercial si con los años a sus negocios le iban bien. Le pareció entretenido ese trabajo. Ser el guía de un Centro Comercial. «Ser el Jefe. No estaría mal.» Pensó sonriendo. Tan solo tenía que esperar una semana más a que las aguas se calmaran. Sacaría el Diamante del archivo, lo vendería. Conseguiría el dinero y se iría. Era sencillo.

Los policías empezaron a subir por las escaleras. Sospechó que Marín ya debía saber que su plan no había resultado. Eso le causó una risa interna tremenda al chico del archivo. Marco miró fijamente a la luna y pensó que si llegaba a abrir un Centro Comercial en otro país, debería contratar a un vigilante tan obediente como John.


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Querido Lector. Me siento completamente feliz de que me hayas acompañado en ésta, mi primera serie. Confieso que es un cuento que escribí hace algunos años, evidentemente, le reparé algunas goteras literarias que ahora tengo la capacidad de solventar. Gracias por leer y apoyar mis escritos, espero puedas acompañarme en mis nuevas historias y en todo el contenido de mi perfil! Como siempre, un abrazo que trascienda el internet!
Argento, El Autor.


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